Comentario
Capítulo LXXII
Cómo Manco Ynga mató muchos españoles que lo iban a prender, y Diego Méndez y otros entraron donde estaban de paz
En el tiempo que andaban estas revueltas en el Collao y Charca hemos visto Manco Ynga, cómo le daban algún reposo, estando ocupados los españoles con los del Collao, fundó el asiento de Vilcabamba, en la provincia de Vitcos, y dijo a sus vasallos y a los capitanes que con él estaban: ya me parece que será fuerza vivir aquí, pues que los españoles han podido más que nosotros y nos han quitado más tierras y echándonos dellas y de lo que poseyeron y ganaron mis abuelos y antepasados, poblemos aquí hasta que se muden los tiempos. Así estuvo algunos días quieto, sin salir a parte ninguna, ni tratar de hacer daño ni asaltar las tierras donde andaban los españoles.
Estando así, tuvo nueva que los españoles entraban por Tupa Rupa a quererlo prender, porque les pareció que mucho mejor se haría la jornada contra él entrándole por las espaldas que no por el camino ordinario, que tenían fortificado. Como supo el intento con que iban, despachó a Paucar Huamán y a Yuncallo con muchos indios, para que les defendiesen la entrada en los pastos que hubiese más dificultosos en el camino por donde venían. Estos dos capitanes salieron al encuentro a los españoles, que eran ciento sesenta, sin los indios amigos que les seguían, que era mucha cantidad, y en Yuramayo, que es a las espaldas de Xauxa, hacia los Andes, les dieron batalla, y como los españoles venían cansados y molidos de los ásperos caminos y montañas que habían pasado y roto, atravesando ríos y padeciendo mil necesidades, como suele acontecer en semejantes jornadas, que se va fuera de camino trillado y donde hay bastimentos, y los indios venían descansados y ganosos de pelear, los vencieron sin mucha dificultad y mataron los más de ellos, que no se pudieron escapar, sino fueron muy pocos, y éstos salieron de allí, y aportaron a tierra de cristianos después de grandes hambres y peligros, pasando mil despeñaderos. Murió en esta batalla, de la gente de manco Ynga, Yuncallo, de lo cual cuando lo supo recibió gran pena y dolor, porque era indio valiente y de gran consejo y valor para la guerra, y le hizo mucha falta, además que le tenía grande amor, que siempre en todos sus trabajos y afliciones le había seguido.
Paucar Huaman recogió el despojo que después de vencida la batalla y muertos tantos españoles halló, y se volvió muy gozoso con los suyos a Vilcabamba. Lo recibió Manco Ynga con grande honra y aplauso. Después de este suceso no entendían los capitanes de Manco Ynga y su gente sino de cuando en cuando salir a los caminos reales de Amancay, Andaguailas, Limatambo, Curaguaci y Tambo y otras partes, donde entendían podrían hallar españoles sueltos, a matarlos y robar lo que hallaban, de suerte que no había cosa segura dellos, ni se podía caminar, sino fuesen muchos en compañía. En esto Manco Ynga trató con los suyos, que se fuesen a Quito, que era tierra fértil y abundante y donde no había tanta ocasión de hacerles daño los españoles, y allí se podrían mejor fortalecer para sus contrarios. Y más, que había en aquellas provincias infinito número de gente en más abundancia que acá arriba, porque no les habían apurado los españoles como a ellos. Como lo trató y vinieron en ello los capitanes, lo puso por obra, saliendo de Vilcabamba con todo su ejército y todas las cosas que tenía y había habido de los españoles, y llegaron a Huamanga, donde entonces había pocos españoles, y la robaron y destruyeron, haciendo todo cuanto mal alcanzaban. Estando allí Manco Ynga, consideró que ya había mucho número de españoles, y que venían cada día de Castilla, con que se aumentaban sus fuerzas, y que así no le convenía pasar adelante, porque podrían salir de Lima y de otras partes, con mucha cantidad y aguardarle en algún lugar cómodo para los caballos y allí deshacerle y prenderle. Así juzgo por más acertado volverse a Vitcos, de donde había salido, y comunicándolo con los suyos, lo hizo, y llegado allá dijo que se estuviesen en Vilcabamba, pues ya no podían con seguridad irse a otras partes, que todo estaba ocupado de los españoles.
En este tiempo fueron en el reino las grandes revoluciones, que a todos son notorias, resultadas de la muerte tan lastimosa de don Diego de Almagro, porque el capitán Joan de Herrada y otros amigos suyos, determinaron vengar su muerte en la Ciudad de los Reyes. Teniendo consigo a don Diego de Almagro, hijo del difunto, se conjuraron, y un día, dejando al don Diego encerrado en la casa donde vivían -porque era muy mozo y no lo quisieron poner en ese riesgo- fueron a las casas donde vivía el marqués don Francisco Pizarro, que ahora son reales, donde reside el Virrey y Audiencia en la plaza principal. Él acababa de comer con el capitán Francisco de Chaves, que era de su tierra, y entrando en la sala, el Marqués se metió en un aposento, donde a la puerta con una alabarda se defendió gran rato, que era hombre de mucho animo, y viendo los del hecho que, si se dilataba, acudiría la gente de la ciudad al ruido y se impediría su intención, echaron delante un negro, al cual dando un rempujón hicieron entrase, y en él descargó el marqués su alabarda, y ellos pudieron entrar, donde le mataron y también al capitán Francisco de Chaves. Sacaron el cuerpo del Marqués arrastrando por la plaza. De aquí resultó juntárseles mucha gente, toda la que había seguido la parcialidad de don Diego de Almagro, tomando por cabeza a su hijo. Venido Vaca de Castro, del Consejo Real del Emperador nuestro Señor y del hábito de Santiago, haciendo junta de los que eran leales al servicio de su Majestad, se vio con don Diego de Almagro, el mozo, en Chupas, dos leguas de Guamanga, con el Campo del Rey, donde sirvió, y aún fue la mayor parte de la victoria, el capitán Francisco de Carvajal, que después fue Maese de campo de Gonzalo Pizarro contra su Majestad, diose la batalla y fue desbaratado don Diego de Almagro, y huyó al Cuzco, donde fue preso, y Vaca de Castro hizo justicia dél cortándole la cabeza. Sucedieron otras cosas que no es mi intención referir a la larga, pues sólo atiendo a tratar, como he dicho, de la sucesión de los indios yngas.
De la batalla de Chupas referida salieron huyendo, cuándo fue desbaratado don Diego de Almagro, el mozo, Diego Méndez, mestizo, y Barba Briceño y Escalante y otros soldados, que por todos fueron trece compañeros, y se hallaron en ella contra su Majestad. Viendo que se hacía mucha diligencia en prender a los culpados en aquella rebelión, se entraron huyendo por las montañas, hasta Vilcabamba, donde estaba Manco Ynga, el cual los recibió muy bien y con muchas muestras de voluntad para su daño, y dijéronle que se entrarían allá a servirle muchos españoles, y que con ellos tornaría a recobrar su tierra y vencería y echaría a los españoles que en ella estaban. Eso le dijeron a Manco Ynga, temerosos que los mandaría matar y por adularle y tenerle grato, y él les hacía muy buen tratamiento en todo, sin imaginación de hacerles daño, con lo cual ellos se aseguraron y perdieron el temor.
Pasados algunos días, supo Manco Ynga por las espías que tenía por el Cuzco y otras partes, cómo un curaca llamado Sitiel, mofando del Manco Ynga en presencia de muchos cristianos, dijo a Caruarayco, cacique de Cotomarca: le vamos a prender a Manco Ynga a Vilcabamba y Caruarayco será Ynga y Señor, y todos le obedeceremos, y Manco Ynga le servirá y traerá la tiana, que es el asiento donde los curacas y principales se asientan. Desto, cuando lo supo Manco Ynga, se sintió mucho y anduvo trazando cómo se vengaría de aquella desvergüenza y burla que Sitiel había hecho dél, teniendo por gran afrenta que un indio su vasallo se hubiese atrevido a decir tal, en presencia de los españoles ni de nadie, y dijo a Diego Méndez y a los demás: vamos a prender a aquella gente porque nos conozcan bien y no nos menosprecien. Diego Méndez y los demás dijeron que sí, y se lo ofrecieron con mucha voluntad al parecer. Después Manco Ynga mudó de parecer, diciendo: no vamos nosotros allá, porque vosotros estáis aún todavía cansados del camino tan fragoso que pasasteis, basta que vaya desta mi gente la más valiente, que ellos los prenderán. Así, en conformidad desto, envió todos los capitanes que con él estaban y todos los indios, que no quedaron con él sino sólo quinientos para su guarda, y les encargó que con toda la prisa posible fuesen antes que los sintiesen, y procurasen traer vivos a Sitiel y Caruarayco, para vengarse dellos a su placer. Con esto se fueron a cumplir su mandato con toda diligencia.